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Tatiana Calixto: Tejedora de Sueños

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De Tatiana Calixto me inspira su búsqueda incansable de aprender y transmitir a los demás, su entusiasmo y vocación docente.

A Tati,  o «la Ta», la conocí por absoluta casualidad mientras buscaba información en una red social. Bastaron algunos mensajes de ida y venida para darnos cuenta que, aunque fuéramos tan distintas, teníamos mucho en común. Con el paso de los años hemos forjado una amistad que ha permitido reencuentros en Lima y Cusco (Perú) y en Buenos Aires (Argentina). Parece que sin querer nos vamos siguiendo la pista y acabamos siempre charlando en un café, mientras las horas pasan volando.

Tati nació en la cordillera oriental de los Andes en Colombia, hace ya varias décadas. Se identifica plenamente con la montaña, con el frío, y le atrae la soledad. Le encanta tejer en telar de cintura al estilo cusqueño, y lo hace a las mil maravillas; cualquiera diría que lo hace desde pequeña y no desde hace algunos años. Confiesa que tiene un sueño: «Cumplir mas décadas de vida, y ojalá tener una casita en los andes cusqueños en donde tenga una cama para dormir, y mucho espacio para tejer y exhibir mis materiales e instrumentos de trabajo. Algo así como un taller de tejido personal en donde haya un espacio para dormir (y hacer café).» Y es que, como buena colombiana, no puede vivir sin un buen tinto.

A los 16 años sorprendió a su familia cuando se fue a estudiar Filología e idiomas a Bogotá en la Universidad Nacional de Colombia. Por entonces no se imaginó que la carrera que había elegido fuera para ser docente (¡era una adolescente!) y sólo imaginaba que era para aprender acerca de las culturas del mundo. Tati pensaba que de esa forma, aprendiendo idiomas, se le abrirían las puertas para conocer el mundo. Nada más. Antes había hablado de estudiar antropología, sociología o artes teatrales, pues desde su punto de vista estas carreras también podrían enseñarle de las culturas del mundo y el alma humana. Nunca tuvo en mente que después tendría que conseguir un trabajo y vivir de lo que había aprendido. En fin, su familia estaba sorprendida porque su falta de paciencia e impulsividad no era ideal para ser profesora; pero una licenciatura en Filología e idiomas les sonó bien y con esta bendición se fue a la universidad simplemente a hacer lo que más le gusta: APRENDER.

«Ya la vocación de enseñar creció de mi gusto por ser el centro de atracción (ahí va eso de querer ser actriz) y de conocer más a mis estudiantes. Era joven, casi tan joven como ellas y ellos cuando empecé a enseñar inglés en el Centro Colombo Americano de Bogotá (CCA) en 1991. Simplemente la vocación surgió de mi interés por los estudiantes que querían aprender el idioma y por divertirnos mientras aprendían. El CCA era un ambiente estimulante y siempre la administración estaba trabajando para que los profes fuéramos mejor cada día. Creo que no he estado en un ambiente de tanta camaradería e interés en nuevas pedagogías para enseñar. Eso lo saben mis jefes de entonces, se los he dicho y les he dado las gracias años después» – me cuenta con una mueca risueña.

Tati es un personaje divino, emana una energía especial, con su risa divertida y su imposibilidad para estarse quieta (me sorprende que pueda quedarse quieta para tejer); pero así como es accesible para sus estudiantes es muy exigente, casi implacable, en especial si reconoce en alguno un potencial que se está desperdiciando.

Hoy, enseñando español en la Universidad de Michigan en Ann Arbor, la experiencia de innovación, de buscar lo nuevo y la excelencia la sigue acompañando. Enseñando en los Estados Unidos ella identifica nuevos retos, entre ellos cuenta con despertar conciencia de justicia social, justicia cultural, de encontrar las semejanzas en la esencia del ser humano a pesar de las diferencias, como ella dice: «reflexionar en que somos productos de un espacio y tiempo y que no somos mejores o peores sino diferentes.» – y continúa – «En mi experiencia, la diversidad que encontramos en los Estados Unidos no debe propiciar razones para creernos con derechos adquiridos sólo por cuestión de color o de capacidad adquisitiva, o creer que podemos seguir ejerciendo poder por el privilegio con el que nacimos. El terreno es fértil para crear conciencia precisamente por estos conflictos y fricciones. Las relaciones sociales en los Estados Unidos son fascinantes y hay mucho trabajo por hacer y mejorar.»

Y vaya que se las ingenia para de algún modo encontrar la forma para inculcar en sus estudiantes esa conciencia de necesidad de cambio y de ver a los demás desde otros puntos de vista, no sólo desde un lugar de privilegio. Es enérgica al afirmar que «si hacemos algo para el bienestar de otro o renunciamos a algo que impacte el bienestar del otro, estamos haciéndolo por nuestro bienestar y el de la sociedad también. Estas cuestiones, pienso que deben ser discutidas también en nuestros países latinoamericanos.» Cuando Tati habla de temas que le tocan el corazón se emociona, es defensora de las causas justas y su práctica docente está impregnada de ello. Idealista y soñadora, se choca con duras realidades todo el tiempo, pero luego del golpe inicial sigue avanzando con paso firme, aunque no sepa lo que encontrará a la vuelta de la esquina.

Tatita

Esa necesidad de fomentar la justicia social, las ganas locas de aprender y su fascinación con el tejido de pueblos originarios se vieron de alguna manera asociados cuando un día, sentada con su profesora de tejido, Noemí Sallo Callañaupa, en el Centro de Textiles Tradicionales de Cusco en junio de 2008 se fue gestando la idea de un proyecto que propiciara que los estudiantes de la Universidad de Michigan visitaran el Cusco y Chinchero para aprender a tejer en telar de cintura y compartir con las comunidades rurales. Recuerda que «después de los primeros minutos de mi asombro ante lo que se me revelaba del ingenio humano, me pregunté en voz alta que por qué no más personas fuera de la región sabían de semejante arte, que dónde había estado yo metida en la oscuridad por toda mi vida, que cómo haría yo para poder ayudar a dar a conocer esta práctica en Michigan.» Y así comenzó, con Noemí que entonces tendría unos 18 años. Ese mismo año solicitó fondos de un programa en la universidad llamado Experiencia Global para Estudiantes de Pregrado o Global Intercultural Experience for Undergraduates (GIEU) para ir con estudiantes a Cusco y en el 2009 fue a hacer exactamente eso y a colaborar de cualquier forma que la comunidad de Chinchero necesitara. En 2010, 2013 y 2015 volvió con más estudiantes a seguir escuchando a la comunidad.

Tati sueña con muchos años más de proyectos, la describe como una experiencia preciosa y una de las cosas que más le gusta, es que todos están en una situación de ser aprendices de las comunidades originarias, no sólo su arte, sino su modo de vivir. Contrario a otros proyectos, la directriz de estos proyectos no es de definir a las comunidades ni imponer necesidades occidentales para «ayudar», sino escuchar qué es lo que quieren y necesitan y partir desde ahí para la colaboración. Escuchando.

Al preguntarle sobre sus retos y satisfacciones como docente me cuenta que de ambas tiene un poco todos los días. «Por ejemplo, tratar de que los estudiantes piensen en nociones profundas de la vida o sencillas pero que no se nos revelan como que nunca llegas ni vas a llegar solo o sola a donde estás hoy o llegarás, que hay que agradecer a todas aquellas personas que aparentemente son invisibles, pero que cumplen un papel grande o pequeño en nuestros caminos, en nuestro viaje por la vida; o el reto de ser crítico o crítica con lo que nos han enseñado o con lo que los medios de comunicación nos manipulan para comportarnos o pensar de cierta manera» – y continúa – «Es gracioso que sólo a veces es suficiente leer en voz alta una idea escrita en un libro de texto para encontrar cuan simplificadas son las definiciones de color o género, o afiliación política que nos quieren meter en la cabeza. Es una gran satisfacción cuando todos en la clase nos reímos de estas simplificaciones y es una risa sincera.»

Cuando habla de fracaso en su práctica docente me dice: «tal vez el mayor fracaso apunta a lo mismo, a cuando siento que ya no hay nada que hacer para ayudar a abrir mentes y corazones, pero sólo hay tanto que puedo hacer, hay límites en lo que quieres enseñar y sólo queda resignarme, esperar lo mejor y continuar. Aclaro: no quiero dogmatizar, pero sí quiero que los estudiantes se cuestionen ideas simplistas y vivan una vida en donde los conceptos sean algo más complejos de lo que han aprendido en casa o en el colegio o en los medios de comunicación.»

Cuando pregunto de dónde cree que nace su interés por las artes manuales de los pueblos originarios, ella me recomienda ver un video de una presentación que hizo para la universidad hace un par de años, así que aprovecho para compartirlo aquí:

Tatiana Calixto: My Weaving Journey from UM North Quad on Vimeo.

 

A Tati le encanta aprender, porque dice que se  siente como una niña… «Es como volver a las charlas con mi abuela cuando me quedaba algunos fines de semana o algunos días de las vacaciones escolares o de navidad con ella. Es como volver a crecer en esos espacios en donde no preocupaba nada sino pasar el tiempo por ejemplo tejiendo con mis primas, o como hacer las tareas cuando mis padres estaban alrededor y escuchar explicaciones más amplias de lo que estaba aprendiendo.» La impulsa a aprender esa sensación de no saber mucho de nada, y le encanta sentir el asombro al descubrir el ingenio humano y preguntarse ante algo nuevo «¿pero cómo no se me ocurrió que esto o aquello se pudiera hacer o fuera de x o y forma?». Además, cree que así descubre que todos tienen experiencias diferentes y esos momentos de descubrimiento son de humildad, admiración y estímulo.

¿Cómo planificas un nuevo proyecto? – le pregunto – ¿qué debe tener sí o sí ese proyecto para que te sea atractivo?; y su respuesta es casi un grito: «¡¡¡¡Con el corazón!!!!… Para proyectos con estudiantes en el extranjero, el proyecto debe ponernos en situaciones en las que no estamos acostumbrados a estar, en roles que rompan nuestra pre-concepción de que estamos capacitados para hacer algo, ¡pero oh sorpresa, no lo estamos! Hay que darle cabida a la vulnerabilidad y a estar cómodos con no saber. A la vez, el proyecto debe dar espacio para descubrir que sí podemos lograr las metas o tareas. Con esfuerzo y emoción, todo se puede; como nos ha enseñado mi profe de tejido Rosita. Los proyectos deben tener sí o sí un procesamiento diario, concienzudo y cuidadoso, en un espacio seguro para el diálogo. Este procesamiento apunta a romper estereotipos y formas simplistas de concebir el mundo, la felicidad, el consumismo, la risa, el trabajo, la familia… todo es más rico y complicado de lo que parece ser. Esto lo examinamos diariamente. No puedo imaginarme perder el tiempo y esfuerzo de ir a un lugar sin que me cambie de alguna forma o sin cuestionarme nuevas preguntas y exponerme a nuevas respuestas. Y eso mismo quiero para mi grupo.»

Entre cafés y risas, Tati destila entusiasmo puro, se le ilumina el rostro recordando anécdotas y me cuenta alguna… «Visité una comunidad de Cusco, más arriba de Calca, que se llama Accha Alta. Fue una invitación de un tejedor la que me llevó a quedarme en su casa con su familia. No había planeado ni tenía la intención, pero su esposa me preguntó si quería aprender el tejido de allá –una forma de diseño propia que requiere un manejo más o menos avanzado de los hilos. Toda la familia participó en el urdido de la pieza y como siempre, me sentía nerviosa porque quiero demostrar que el esfuerzo de ellos o de mis profesoras tejedoras no es en vano. Ella tejió la primera parte mientras yo observaba atenta y luego llegó mi turno. Difícil. Traté con resultados más o menos… a decir verdad, sin tantos resultados. Tomamos un descanso para preparar el almuerzo y visitar un sitio arqueológico cerca de su casa. Pasamos la tarde caminando por el campo y visitando más amigas y cuando volvimos, me senté solita a descifrar los hilos y el diseño. Cuando finalmente fui capaz, ella estaba en la cocina preparando la cena y cuando se enteró estaba tan feliz como si el logro hubiera sido de ella. Dijo que ahora las dos estábamos unidas en el corazón. Ella sólo habla Runa simi (Quechua), así que el mensaje me llegó por su esposo. Quería llorar por su generosidad y alegría, y creo que nadie me había dicho esas palabras, pero no sólo eran palabras. Era un sentimiento. Una verdad. Hace poco leí la cita de Aristóteles “Educar la mente sin educar el corazón no es educación en absoluto”. Ha sido mi filosofía como profesora, y ella, con sus palabras, me demostró que lo ha sabido siempre.» Creo que esta anécdota resume un poco lo que uno encuentra cuando empieza a conocer a Tatiana. Es sentimiento puro, sin filtro, transparente, absolutamente natural.

Mientras hablamos del tipo de ambiente en el que prefiere o le gustaría trabajar, es categórica al afirmar que su sitio de trabajo más importante es el aula de clase: «Es con mis estudiantes con quienes me siento más cómoda. Sin ellos y ellas, yo no existiría como profesora y es lo que más valoro de mi trabajo. Siento que he creado un ambiente de trabajo personal en donde mis estudiantes y yo nos podemos expresar sin temor a la equivocación, y en donde podemos ser nosotros mismos. Es un sitio de crecimiento personal en donde los retos nos enseñan nuestras capacidades, nuestro esfuerzo tiene resultados, en donde hay satisfacción, en donde no tenemos que ser perfectos. Inculco que dejen la actitud de competencia afuera de clase y aprendamos a que todos somos profesores de todos. Me gustaría que este espacio, con estas características, fuera extenso y no sólo se diera en el aula.»

Tati es apasionada, comprometida, trabajadora. Le pregunto cómo se describiría ella y me dice: «Digamos que si me viera desde afuera y quisiera describir a esa mujer que no camina sino que corre, que sonríe todo el tiempo, que salta y baila cuando se emociona sin importar el lugar, que va a mil por hora (o como dice mi hija “andas tan acelerada como las películas de los años 20”), que tiene ideas y ganas y ánimo y fuerza de hacer algo diferente y con corazón, diría que esa mujer es una loca. Una linda loca.» Y no puedo hacer más que estar de acuerdo con ella. Es una loca divina.

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Las tres infaltables…

¿Cuál fue tu juego o juguete preferido de la infancia?

Me encantaba jugar a diseñar y coserle o tejerle ropa a las muñecas. Jugaba mucho tiempo sola aunque tenía muchos primos y hermanos de mi edad. Me encantaba construir casas de cartón para las muñecas y usaba cualquier objeto o material para recrear una casa real o miniaturas que no conseguía para amoblarlas.

¿Quién o qué te inspira?

Me inspira la gente que tiene fuerza para trabajar, que tiene entusiasmo, que es feliz descubriendo en el mundo cosas pequeñas o grandes, que no le tiene miedo a lo nuevo, que es curiosa y hace conexiones para seguir encontrando crecimiento personal. Me inspira la gente autocrítica, en continua re-valuación de sus valores, en constante querer ser mejor, la gente que en medio de los retos encuentra fuerza y que no juzga las experiencias como positivas o negativas, simplemente las ve como experiencias para crecer.

¿Qué desearías inspirar en/a  los demás?

Es una pregunta difícil, porque pienso que cada persona es libre de tomar inspiración donde sea y de quien sea. Así, que pienso que si fuera el modelo para alguien, simplemente no sería quien soy yo. A ver me explico…. si forzosamente tuviera que contestar la pregunta, sólo espero que la gente se lance a hacer lo que le suene sin tanto miedo y sin calcular tanto las dificultades y el trabajo que hay que ponerse para lograr un objetivo. Con todo respeto, lo único que yo quiero inspirar, es a que las personas hagan en la sociedad y en el mundo lo que mejor les convenga con su propio y único modo de ser. Que no sigan patrones ajenos, sino que se sigan a sí mismas.